20 may 2009

Juventud Levántate


Es de madrugada, este hombre no ha podido dormir nada. Su mujer tampoco.

Han gastado tanto dinero en tratar de torcerle el brazo al destino, pero la situación es insostenible.

Ya el dinero no es la respuesta. ¿Y la Fe?Claro, es oportuno hablar de fe, sobretodo para este hombre que es un maestro en temas como este. Pero esta vez reconoce que la situación lo sobrepasa.

Y parece que Dios no responde o quizás lo está probando o sencillamente este ser que habita allá arriba, vigilando los destinos de la humanidad, esta vez no ha escuchado.

¿Pero cómo no va a hacer algo este Dios de amor, si hay de por medio una pequeña de doce años que se está muriendo?

Mientras la aurora susurraba dulcemente en las colinas y el rocío afloraba inocente en los árboles copiosos, este hombre observaba las últimas llamas serpenteando sobre aquella linterna que alumbró toda la noche la pieza de su hija.

La fiebre daba su estocada sin tregua al frágil cuerpecito de la pequeña. El sueño se llevaba de vez en cuando los pensamientos de este padre, hasta que se abalanzó a los pies de su hija.

El llanto era silencioso, pero punzaba como una helada hoja de hierro en el pecho.

- No desmayes -Agregó su esposa-. Dios no ha dicho la última palabra, además creo que debieras hacer lo que me dijiste esta mañana.

De sobresalto miró el hombre a su mujer.- ¡Qué! … Tú bien sabes todo lo que puedo perder si acudo a ese hombre.- Mirando ahora a su hija-. Pero por mi pequeña estaría dispuesto a cualquier cosa y eso también lo sabes.- Sí, lo sé querido.

Una sombra avanzó sigilosamente entre las calles dormidas de aquel pueblo. Mirando al oriente, cuando los trazos luminosos del sol bostezaban sobre las cumbres pardas de Capernaúm, este hombre salió con escasas esperanzas. Su corazón aferrado estaba en Dios, pero a la vez cansado, muy cansado.

Su corazón se sobrecogía cada ves que avanzaba, cada paso era un salto terrible, pues para Jairo, esta decisión significaba una renuncia a todo lo que era, a todo el sacrificio de escalar en la sociedad, un no rotundo a sus aspiraciones y al respeto que se había ganado, todo se derrumbaba, su dignidad, su fuerza, su futuro, su corazón, la muerte asolaba por doquier.

Pero la decisión ya había sido tomada. El sudor era cada vez más frío, su corazón se detenía y en sus labios amargos sólo musitaba una y otra vez el nombre de su pequeña.

Por un instante algo iluminó el paisaje y su pequeña volvió de entre los recuerdos más remotos, su sonrisa cálida y trémula, sus ojos engarzados por la primavera, su cabello fresco, bañado con el bondadoso sol de Galilea, pero pronto todo se perdía en una oscuridad profunda y una punzada en el corazón que logró derrumbarlo al suelo, le advirtió cómo las tinieblas se la llevaban definitivamente de la tierra de los vivientes, un espanto le petrificó el alma y los gritos de su esposa logró escucharlos cómo si estuviera aún en casa. Él sabía que ya el destino le había dado el último golpe bajo.

Cerró sus ojos, sus lágrimas brotaron como fuentes ininterrumpidas, su corazón se convertía en arena y se hundía en manos de un dolor aniquilador, hasta que sus fuerzas se apagaron, sus esperanzas se doblegaron como paja golpeada por la lluvia. Allí quedó tendido de bruces en el suelo, llorando y gimiendo, dando sus últimos esfuerzos por aferrase a la fe, pero el océano de desesperación lo sobrepasaba. Ahí quedó como muerto, Jairo, el gran dirigente de la sinagoga.

Tras un silencio, algo increíble sucedió, de pronto vació toda su angustia con un grito desgarrador, como si de su interior otra fuerza asumía el timón de su alma y lo levantaba del fondo del infierno - ¡Por favor, Rabí, mi hija se esta muriendo, mi pequeñita se me va, Rabí, ten misericordia y ven a mi casa para que impongas las manos sobre ella y se salve!¡Rabí, te lo imploro, he estado buscándote, no dejes que mi niñita se muera, ella es lo único que tengo, es mi vida!

La respuesta no se hizo tardar.

No temas- escuchó desde lo lejos, esa voz era tan clara y llena de paz, era como si en medio del caos y la oscuridad un rayo de luz rasgaba aquel pavor impenetrable-La voz continuó -Llévame a tu casa-.

Jairo, titubeando, pero cada vez mas seguro de si, logró sobreponerse y abriendo paso entre toda esa multitud, que ya en ese momento parecía un vago rumor, siguió su camino, de vuelta a casa.

No tardaron en llegar a la casa, que de hecho era una gran casa, digna de un hombre de su reputación. El funeral de su hija ya había comenzado, lamentablemente Jairo llegó tarde, demasiado tarde.

Ya las plañideras lloraban al son de sus sonidos guturales, las flautas daban su sinfonía fúnebre y la casa estaba repleta de gente, hombres, mujeres y jovencitas lamentando la tragedia.

Jairo entró a su casa, él sabía que su hija estaba muerta y nunca había oído que algún muerto se levantara. Esas historias solamente se remontaban a antiguos relatos como el de aquellos grandes profetas que hicieron algo similar.

Su mujer al saber la noticia de que su esposo había regresado, sale a su encuentro, desecha, con sus vestidos rasgados, como es la costumbre fúnebre.

- Es imposible retroceder el tiempo- (Jairo decía entre sí)- si hubiese llegado más temprano, si hubiese dejado mi orgullo, hace días que nuestra hija quizás hubiese estado sana-.

La escena era desoladora, esta pareja en el patio de su casa, llorando desconsoladamente, es ese llanto que nace de lo más profundo del espíritu humano, cuando este cae derrotado frente a la muerte invicta.

Ya no hay lágrimas, pues lloras vaciando tu vida, deseando que esta muerte traidora e inesperada también tenga compasión de ti y te lleve junto a ese ser que amas.

Era el momento cuando las mujeres contratadas para llorar, alzaban sus lamentos y permeando el ambiente con cantos amargos, las flautas también se unían y parecían inundar los pensamientos de tragedias y lamentos insondables. Todo era dolor, pesadumbre de espíritu. La muerte danzaba alrededor, embriagada de las incesantes lágrimas.

Casi de súbito alguien alza la voz en medio de este caos y dice: - ¿Pero… por qué lloran? La niña no está muerta, sólo duerme-.

De pronto, los llantos comienzan a desvanecerse y dan paso a risas, pero no de alegría, sino de burla, pues todos los que estaban ahí comienzan a mofarse de aquel hombre.

Pronto eran carcajadas y pocos ya recordaban el dolor de aquella familia, pocos recordaban por qué habían ido a esa casa, como si en un instante todos los que en primera instancia habían llegado con el más profundo respeto y dolor, ahora eran desenmascarados.

Sin previo aviso, se escucha ahora un grito que remeció cada rincón de aquel gran patio -¡Salgan de esta casa, váyanse todos!-Lo más impresionante, es que no es Jairo quién echa a las visitas, sino este rabino. Como si este hombre ahora por alguna extraña razón asume las llaves de este hogar y se transforma en el Señor de esta casa.

Nadie alcanza a pedir explicaciones, pues todos salen despavoridos huyendo calles abajo.

La mirada dulce de este hombre se vuelve nuevamente a estos Padres, que eran como pajarillos asustados en medio de un temporal.-

No teman, por favor, llévenme donde está la niña-Los Padres, el rabino y sus tres amigos se dirigen por un pasadizo al costado del patio central, de pronto se ven frente a una puerta de madera y un criado les abre para luego desplazarse por una habitación hermosa, con grabados en el suelo, preciosas vasijas adornando las esquinas y una mesita forrada en cuero en el centro del gran salón.

Llegan nuevamente a otra habitación más pequeña, pero no menos bella, estaban dos mujeres a punto de comenzar el ritual del ungimiento de los muertos cuando el Padre de familia les ruega que se vayan.

El rabino les pide permiso a los Padres para inclinarse al lado de su hija, ellos asienten.

Lentamente lleva su mano, para tomar las delicadas manos de la pequeña que ya estaba fría e inerte.

Un gesto de impresión emite su Madre, pues le costaba creer que un extraño tuviese la valentía de tocar un cadáver, sabiendo lo que significaba eso para su cultura.

De pronto las manos ásperas y firmes de este hombre, manos que daban cuenta del oficio duro de un carpintero, se acercan para tomar las manos pálidas y frágiles de la pequeña.

Por un momento sus ojos se cierran y se hunden en un profundo suspiro interior, como quien se pierde del tiempo y del espacio para buscar dentro de sí algo que se ha perdido.

Lentamente abre su boca y de lo más profundo de su corazón brotan palabras que solo pueden provenir de alguien que ama a esta pequeña como si fuese su propio Padre.

- Talitah cumi- Del Arameo, que traducido en español, literalmente dice:- Ovejita, levántate hacia mí- Los rostros de estos tres hombres estaban petrificados al ver que esas manitos pálidas fueron dejadas nuevamente donde estaban y que en menos de diez segundos el dedo pulgar de la mano derecha dio un pequeño movimiento y como quién despierta de un profundo sueño, los ojos de esta pequeña se fueron abriendo lentamente, al mismo instante en que sus padres se aferraron unos a otros conmocionados.

Su hija los mira con extrañeza pues no sabe nada de los últimos acontecimientos.

Luego observa a los pies de su cama una figura masculina e identifica el rostro del hombre.¿Tú eras? ¿Tú me llamaste? Y claro, luego comentó alrededor de la mesa su lado de la historia.


Ella recordaba solo algunos pasajes oscuros que sucedieron días atrás hasta que literalmente se hundió en su agonía, cuando entró en shock.

Dijo que por un instante una fuerza se la tragaba y no podía hacer nada para contrarrestar esos tentáculos firmes y oscuros, poco a poco caía en un vacío profundo, del cual no veía salida, intentó luchar contra eso, pero mientras más se esforzaba, esto cobraba más fuerza, como si se alimentara de su vigor, hasta que se entregó a la soledad absoluta, a los brazos de la muerte, pero de pronto desde lo lejos una figura humana apareció sacudiendo las tinieblas y ahuyentándolas.

Sintió que olas inmensas se revolvían alrededor de ella y en medio del torbellino ese hombre al cual no podía ver con claridad le tendió sus manos muy firmes y grandes, que la tomaron con fuerza para rescatarla de aquel espanto.

Por un instante pensó que su padre había cruzado las mismas puertas de la muerte y que su gran amor lo había llevado hasta los grandes salones del más allá para rescatar a su pequeña, de súbito se percató del rostro de aquella figura humana y lo único que pudo ver fue una luz que invadió aquel universo basto. Todas las sombras se rindieron aplastadas por la presencia imponente de su voz.

Su rostro era como el sol y sus ojos quemaban la vista, su piel blanca como la nieve y su cabello era literalmente llamas que se ondulaban abrasando y quemando todo el hedor y la repugnante presencia de la muerte.

Pensó que se desvanecería en manos de este ser divino, pero pronto, al sentir sus manos tibias y firmes, su corazón se aquietó y reposando en sus brazos sentía como quién vuelve de las profundidades de las aguas y va divisando la superficie clara y fresca.

La niña se incorporó y las fuerzas poco a poco irrigaban sus venas.


Al caer la tarde, las visitas tuvieron que marcharse, cuando se despiden y salen por el camino hacia la playa, la pequeña le pregunta a su Padre cómo se llamaba aquel rabino.

Él le dice- Jesús, su nombre es Jesús-- Padre ¿ese nombre significa…?-

-Si hija, ese nombre significa “Jehová es salvador”. Hoy hijita, tú trajiste una luz a esta casa, una luz que supera todas las lumbreras del mundo y esa luz nunca se apagará.

Hoy Dios ha visitado nuestro hogar y no sólo te salvó a ti pequeña mía, sino que nos ha salvado a todos-.

FIN