10 abr 2010

El día en que Dios nos abandonó

Pensábamos que sería un día como otros, uno de esos días en que te preparas desde muy temprano, en medio de ese aire que envuelve toda tu mañana y lo hace especial.
La ropa la escojes especialmente para ese día y con alegría de corazón te dirijes al santuario.
Ya cerca del edificio, logras reconocer a los que como tú van también al mismo lugar.
Los acordes de la guitarra dan la bienvenida al grupo de personas que poco a poco toman sus asientos.
La cadencia de la música y sus letras llenas de un aura santo llaman a la adoración.
Luego un desfile de personas tomando su lugar. Todo está bien calculado.
La lectura correcta, una cálida bienvenida, avisos de actividades relevantes, mientras van llegando los últimos rezagados y toman su lugar.
En este santuario no hay espacio para los fracasados ni los perdedores, no hay espacio para los mediocres ni los pecadores. Todos le hemos sacado una sonrisa a la vida y nos adorna la cordialidad y la frescura que engalana nuestras familias felices.
En medio de la ceremonia se acerca el mensajero, levanta su libro sagrado y comienza a articular palabras que exhortan, motivan, reprenden, atemorizan y amenazan. Pero no tengan cuidado, ya estamos acostumbrados. Acostumbrados a pensar que todas esas amenazas no son para nosotros.
No son para nosotros, porque nosotros somos especiales, escogidos, llamados y limpiados.
Toda la ira del Creador vendrá con violencia para esos... no para nosotros, por eso sea la gloria a nuestro amado Dios.
Pero, esperen... algo sucede, algo sorprendente ha sucedido.
¡Sólo aquellos que estamos acá podríamos describir esto!
Dios se hizo presente, por favor créanme, no es ninguna broma.
Es verdad, siempre decimos que Él está, pero es tan familiar ese pensamiento, que en la práctica nunca nos comportamos como si realmente estuviese.
No se cómo explicarlo, pero Dios se hizo presente. Lo vimos, pero no como uno se imagina, Él estaba aquí, esta presencia sin igual apareció entre nosotros.
No se como explicarlo, pero su presencia abandonó el santuario.
Fue como una bocanada de frío intenso que se desplazó entre nosotros y virando hacia la puerta principal salió hacia la calle. Dios se marchó y no volvió más.
No sabemos por qué se fue. Quizás se aburrió de nuestra santidad, esa santidad de las apariencias.
Quizás se fue, proque notó que por mucho que hablábamos bien de Él, nunca nos importó de verdad, quizás no nos hacía falta.
Se marchó.
No sabemos a donde se fue, lo más seguro, es que se fue con todo ese grupo de gente miserable que ante nuestros ojos no tienen remedio.
Nos miramos, fue horrible el momento. El lugar era el mismo, nosotros éramos los mismos, la liturgia era la misma, pero ya nada era igual.
¿Qué hacemos? Algunos desesperados lloraban por no tenerle más entre nosotros, como algo valioso, pero tan común que solo nos dimos cuenta de su importancia cuando vimos que su lugar estaba vacío. Hasta el predicador quedó sin palabras.
¿Ahora qué hacemos? ¿Alguien tiene una idea?
Tenemos que ser inteligentes y maduros, no podemos darnos el lujo de desesperarnos.
Así que nos miramos, algunos tomaron iniciativas excelentes, que luego fueron dándose como algo natural en todos nosotros.
Concluímos que ante la partida de Dios, no podíamos claudicar, este traspies no nos podía derrumbar.
Teníamos que seguir y seguimos.
Los maestros de niños siguieron su lindo trabajo, los músicos continuaron con su hermoso arte, el predicador siguió contándonos historias, aquellas historias de siempre.
Los líderes seguimos mirando el futuro con optimismo. Son ya varios años de testimonio en el pueblo y esto no podría ni puede detenernos.
¿Pero qué otra cosa esperan que hagamos? es verdad, Dios se fue, pero amamos tanto esto, el prestigio de ser respetados por los demás, de utilizar y atemorizar a los demás en nombre de Dios, que dejar esos privilegios sería inconcebible.

4 abr 2010

Jesús ha resucitado!!!! Esperanza para todos los que han sido crucificados por la prepotencia, la injusticia, la religiosidad sin amor y el amor al Poder.