6 mar 2012

Yo soy Elías

Mi nombre es Elías, el Tisbita.
Esperé la renovación de mi pueblo, con determinación me dirigí al Rey Acab, para invitarlo a considerar su conversión. Pero no fue el rey ni su esposa, sino una mujer extranjera, viuda y pobre quién reconoció que yo era un verdadero profeta que hablaba en nombre de Dios.
Cuando Dios me dijo que me presentara frenta al Rey y ordenara la lluvia, hice más que eso, hice algo que Dios no me pidió. Me presenté delante del Rey y desafié a todos sus profetas paganos para hacer una prueba de fuerza, a ver quién era el Dios más poderoso.
En el monte Carmelo cometí el error de comportarme como Jezabel y asesinar a todos los pfofetas de Baal. (Cosa que Dios nunca me pidió)
A pesar de todo, ni el pueblo ni el rey se convirtió, ahí entendí que no es por la fuerza ni la prepotencia.
De pronto supe que mi cabeza tenía precio, pues la Reina me buscaba para matarme.
Me eché a morir en el desierto confesando que así como mis Padres en ese mismo lugar árido, quise tentar a Dios usando su poder para mi propio beneficio.
En el monte Carmelo, declaré que Dios se manifestaría como Señor de todo Israel, cuando en la soledad del desierto en casa de una mujer extranjera, Dios me demostró que no solo era Dios del pueblo de Israel, sino que su misericordia también se extendía a los paganos.
Y ahí, solo en la cueva Dios se manifestó, y no fue una manifestación de fuego, ni de temblores ni de viento, como Baal....fue diferente, a través de un silbido.
Ahí entendí que en el centro del corazón de nuestro Dios, más que espacio para la ira y la venganza, es el silbo apacible de su misericordia el que late con más fuerza.
El latido de un Dios que recibe como un Padre a los que derrotados y frustrados por ver sus proyectos personales viniéndose abajo, buscan una oportunidad para entender de manera más profunda a este Dios de compasión, el Dios de los humildes, que se diferencia a todos los demás dioses de venganza, violencia y prepotencia.

4 mar 2012

Soy Moisés

Mi nombre es Moisés, luego de ser príncipe en la casa del hombre más poderoso del Mundo, terminé 40 años como fugitivo en el desierto, en medio de la nada.
Pensé que ya todos se habían olvidado de mi persona, pensé morir en el olvido, como un criminal... hasta que desde un arbusto moribundo escuché mi nombre. Él aún no se había olvidado de mí.
Para mí, estos 40 años como pastor de ovejas fueron un fracaso.
Para Dios, estos 40 años fueron la preparación que necesitaba para pastorar a todo su pueblo.
Aún cuando para todos mi historia terminaba hundida en el olvido del desierto.
Para Dios solo comenzaba a escribirse la historia más importante de mi vida.
Así como yo, te invito a que veas tu desierto desde la perspectiva de aquel, al cual tu nombre nunca pasará al olvido.