No es el dolor lo que buscan los Romanos al crucificar a un
ser humano, aunque la cruz produce un inmenso suplicio por un periodo de tiempo
largo, aun así esta no es la función principal de la crucifixión.
Es la vergüenza lo que busca este método de tortura
ignominiosa.
Colgar completamente desnudo al ejecutado y exhibirlo
vergonzosamente, chillando de dolor, pidiendo la muerte a gritos.
No había que ser profeta ni adivino para saber que la muerte
te buscaba Jesús. Es que fueron tantas las veces que te enfrentaste contra los
líderes religiosos.
Rompiste el Sábado varias veces, te acusaron de tener un
demonio, por eso ciudades enteras te rechazaron, viniste al mismo hace una
semana para encarar a los sacerdotes y fariseos, les dijiste que eran una sarta
de hipócritas, en síntesis, les dijiste que el Dios que adoraban y enseñaban no
era el verdadero Padre.
Con esa manera de actuar fuiste tú mismo quién se puso la
soga al cuello.
Y aquí terminaste.
En el primer concurso de popularidad en que se te vio
involucrado, perdiste frente a Barrabás. Las mayorías casi nunca tienen la
razón.
Te transformaste en un personaje odioso y en una amenaza
para los intereses de la elite religiosa.
Y así el pueblo te entregó a los Romanos y los Romanos te hicieron
carne de cañón.
Hasta colgarte desnudo frente a todos. Por eso tú me querido
entiendes a los abusados, a las víctimas de la vergüenza, a los que han sido
violentados y ultrajados de su dignidad.
Enfrentaste a las fuerzas del mal y aunque a ti te quitaron
las ropas, en verdad son los poderes quienes fueron desnudados.
El poder religioso que ostentaba entregar misericordia fue
implacable contigo.
El poder político que reflejaba impartir la justicia fue
indolente e injusto con tu persona.
Los que se creían los buenos de la película no lo son en
verdad, toda esta máscara de hipocresía fue desnudada en tu muerte.
Los nubarrones grises como flecos simétricos se aproximan
sobre este yelmo de muerte.
Las mujeres lloran a tus pies y el inmenso dolor que te
agobia es un espectáculo horrible.
Tu carne cuelga en hilachas ensangrentadas.
Tus rodillas machucadas y tu rostro hinchado por los golpes.
Pobre Jesús, fuiste molido injustamente. Tú que te dedicaste
a hacer el bien a los demás recibes este pago.
Pudiste haber establecido el Reino de Dios a través de la
violencia como lo hace el emperador Romano.
Lo pudiste haber establecido a través de la lógica, con
argumentos inobjetables como los filósofos griegos.
O haber echado mano a la manipulación y la milagrería como
los falsos profetas y magos.
Pero decidiste mostrar el poder a través de la debilidad.
¿No había otro camino?
La débil lluvia comienza a caer sobre la gente y ya todos
comienzan a marcharse, solo quedan los familiares, aquellos que nunca se
marchan, que te acompañan aún hasta las puertas de la muerte.
Ya en tus últimos suspiros, se te oye perdonar a tus
verdugos y los que se burlaban guardan silencio. Nadie puede creer que en
verdad tu amor no era solo cosa de frases bonitas.
Verdaderamente la cruz vino a ser una gran paradoja, pues
mientras más maldad reflejada, más misericordia impartida.
Nadie debiera morir de esta forma tan vergonzosa, tan cruel,
por eso los romanos no crucifican a sus ciudadanos, por eso la palabra cruz es
casi una inmoralidad pronunciarla.
¿Me pregunto dónde está Dios en una hora tan insoportable?
¿Por qué no hace nada?
¿Dónde está su justicia y su amor frente a los que sufren?
Pero te miro Jesús agonizante y quizás esa es la respuesta.
Ahí está Dios, sufriendo el dolor indecible, entregado a la
injusticia y la maldad, solidarizando con todos los crucificados y asesinados
de la historia, con todos los que mueren de manera injusta, los pobres que en
masas enfrentan la muerte mientras otros indolentes pasan de largo, los
millones de niñitos que mueren de hambre frente a la mirada fría de unos pocos
que se engordan inmoralmente. Ahí está Dios, tomando parte con los que caminan
al patíbulo.
Solo aquel puede salvarnos, pues sabe lo difícil que es ser un
hombre de carne y hueso en este mundo tan injusto.