30 mar 2013

¿Dónde está Dios?



No es el dolor lo que buscan los Romanos al crucificar a un ser humano, aunque la cruz produce un inmenso suplicio por un periodo de tiempo largo, aun así esta no es la función principal de la crucifixión.
Es la vergüenza lo que busca este método de tortura ignominiosa.
Colgar completamente desnudo al ejecutado y exhibirlo vergonzosamente, chillando de dolor, pidiendo la muerte a gritos.
No había que ser profeta ni adivino para saber que la muerte te buscaba Jesús. Es que fueron tantas las veces que te enfrentaste contra los líderes religiosos.
Rompiste el Sábado varias veces, te acusaron de tener un demonio, por eso ciudades enteras te rechazaron, viniste al mismo hace una semana para encarar a los sacerdotes y fariseos, les dijiste que eran una sarta de hipócritas, en síntesis, les dijiste que el Dios que adoraban y enseñaban no era el verdadero Padre.
Con esa manera de actuar fuiste tú mismo quién se puso la soga al cuello.
Y aquí terminaste.
En el primer concurso de popularidad en que se te vio involucrado, perdiste frente a Barrabás. Las mayorías casi nunca tienen la razón.
Te transformaste en un personaje odioso y en una amenaza para los intereses de la elite religiosa.
Y así el pueblo te entregó a los Romanos y los Romanos te hicieron carne de cañón.
Hasta colgarte desnudo frente a todos. Por eso tú me querido entiendes a los abusados, a las víctimas de la vergüenza, a los que han sido violentados y ultrajados de su dignidad.
Enfrentaste a las fuerzas del mal y aunque a ti te quitaron las ropas, en verdad son los poderes quienes fueron desnudados.
El poder religioso que ostentaba entregar misericordia fue implacable contigo.
El poder político que reflejaba impartir la justicia fue indolente e injusto con tu persona.
Los que se creían los buenos de la película no lo son en verdad, toda esta máscara de hipocresía fue desnudada en tu muerte.
Los nubarrones grises como flecos simétricos se aproximan sobre este yelmo de muerte.
Las mujeres lloran a tus pies y el inmenso dolor que te agobia es un espectáculo horrible.
Tu carne cuelga en hilachas ensangrentadas.
Tus rodillas machucadas y tu rostro hinchado por los golpes.
Pobre Jesús, fuiste molido injustamente. Tú que te dedicaste a hacer el bien a los demás recibes este pago.
Pudiste haber establecido el Reino de Dios a través de la violencia como lo hace el emperador Romano.
Lo pudiste haber establecido a través de la lógica, con argumentos inobjetables como los filósofos griegos.
O haber echado mano a la manipulación y la milagrería como los falsos profetas y magos.
Pero decidiste mostrar el poder a través de la debilidad.
¿No había otro camino?

La débil lluvia comienza a caer sobre la gente y ya todos comienzan a marcharse, solo quedan los familiares, aquellos que nunca se marchan, que te acompañan aún hasta las puertas de la muerte.
Ya en tus últimos suspiros, se te oye perdonar a tus verdugos y los que se burlaban guardan silencio. Nadie puede creer que en verdad tu amor no era solo cosa de frases bonitas.
Verdaderamente la cruz vino a ser una gran paradoja, pues mientras más maldad reflejada, más misericordia impartida.
Nadie debiera morir de esta forma tan vergonzosa, tan cruel, por eso los romanos no crucifican a sus ciudadanos, por eso la palabra cruz es casi una inmoralidad pronunciarla.
¿Me pregunto dónde está Dios en una hora tan insoportable?
¿Por qué no hace nada?
¿Dónde está su justicia y su amor frente a los que sufren?
Pero te miro Jesús agonizante y quizás esa es la respuesta.
Ahí está Dios, sufriendo el dolor indecible, entregado a la injusticia y la maldad, solidarizando con todos los crucificados y asesinados de la historia, con todos los que mueren de manera injusta, los pobres que en masas enfrentan la muerte mientras otros indolentes pasan de largo, los millones de niñitos que mueren de hambre frente a la mirada fría de unos pocos que se engordan inmoralmente. Ahí está Dios, tomando parte con los que caminan al patíbulo.
Solo aquel puede salvarnos, pues sabe lo difícil que es ser un hombre de carne y hueso en este mundo tan injusto.

28 mar 2013

Este es mi cuerpo


Ya no hay nadie en las calles, solo los centinelas romanos resguardando el orden.
De entre las azoteas se escuchan los himnos y las letanías de hombres esperando una vez más la liberación del pueblo de tan horrible opresión.
El templo se prepara para la fiesta de los ácimos, pero en el sanedrín el movimiento no cesa.
Hace frío.
Tantas veces te sentaste a la mesa a compartir el pan con aquellos con los cuales nadie se sentaba, cuantas veces recibiste a los que vivían en la periferia de la sociedad.
Hoy recibes a tus más queridos y una vez más extiendes la mesa, esta última vez.
Tu rostro está cansado, tu corazón carga con un peso casi insoportable, sabes que los dados fueron echados sobre la mesa. Hiciste tantas cosas por defender a los más desvalidos, incluso rompiste con los convencionalismos religiosos para extenderle la mano al pisoteado por la ruina.
Te ganaste tantos enemigos, y ellos son los que hoy planean tu fin.
Pero aquí estás, como todo un hombre, enfrentando de manera coherente lo que fue tu mensaje y tu obra.
Tomas el pan y lo partes agradecido, te preocupas de que a nadie le falte el pan en la mesa, que todos en común unidad comamos. Como siempre lo quisiste, nunca dejaste ir al hambriento ni al pobre en las mismas condiciones, cuando viste hambre multiplicaste la comida para que todos tuvieran. Así quieres que sea tu comunidad, que todos aquellos que se sientan a la mesa del Reino de Dios tengan aunque sea lo mínimo para vivir una vida digna. Una comunidad que vela por cada uno, que vive el amor de manera práctica y concreta.
Luego tomas el vino y nos hablas de un nuevo pacto, de pronto nos llevas al éxodo, cuando golpeados por la opresión egipcia nuestros antepasados fueron liberados por Dios.
Cuánto nos conoces Jesús querido, sabes que hoy si bien no estamos bajo el pie de Egipto, aún seguimos presos de nuestras propias miserias, tantas muertes, tanta hambre, tanta injusticia, tanta indiferencia, tanta prepotencia de unos pocos, tanto individualismo, tanto amor al poder, tanta corrupción.
Nos dices que aún Dios sigue creyendo en nosotros, que aún quiere establecer un nuevo pacto, que aún cree en la posibilidad de una nueva historia.
Ya va pasando la noche y hay algo que nunca olvidaré.
Tomaste un lavatorio en tus manos y con una toalla sobre el hombro lavaste los pies de los tuyos y los secaste.
Lo que hacen los esclavos en la casa del señor, hoy el Señor lo hace con los suyos. El más grande se humilla frente a los demás mostrando lo que significa el amor.
Y mientras mirabas al monte de Getsemaní desde la ventana nos decías:-Así como yo lo he hecho a ustedes, así también ustedes deben hacerlo los unos a los otros-.
Cuanta falta nos hace Jesús querido.
Todos caminamos en la vida y en este caminar nos ensuciamos nuestros pies.
Que maravilloso sería estar en una comunidad donde el amor se demuestre en la voluntad de lavar los pies sucios de aquellos que hemos caído y llenos de heridas llegamos a ti.