Ya no hay nadie en las calles, solo los centinelas romanos
resguardando el orden.
De entre las azoteas se escuchan los himnos y las letanías
de hombres esperando una vez más la liberación del pueblo de tan horrible
opresión.
El templo se prepara para la fiesta de los ácimos, pero en
el sanedrín el movimiento no cesa.
Hace frío.
Tantas veces te sentaste a la mesa a compartir el pan con
aquellos con los cuales nadie se sentaba, cuantas veces recibiste a los que
vivían en la periferia de la sociedad.
Hoy recibes a tus más queridos y una vez más extiendes la
mesa, esta última vez.
Tu rostro está cansado, tu corazón carga con un peso casi
insoportable, sabes que los dados fueron echados sobre la mesa. Hiciste tantas
cosas por defender a los más desvalidos, incluso rompiste con los convencionalismos
religiosos para extenderle la mano al pisoteado por la ruina.
Te ganaste tantos enemigos, y ellos son los que hoy planean
tu fin.
Pero aquí estás, como todo un hombre, enfrentando de manera
coherente lo que fue tu mensaje y tu obra.
Tomas el pan y lo partes agradecido, te preocupas de que a
nadie le falte el pan en la mesa, que todos en común unidad comamos. Como
siempre lo quisiste, nunca dejaste ir al hambriento ni al pobre en las mismas
condiciones, cuando viste hambre multiplicaste la comida para que todos
tuvieran. Así quieres que sea tu comunidad, que todos aquellos que se sientan a
la mesa del Reino de Dios tengan aunque sea lo mínimo para vivir una vida
digna. Una comunidad que vela por cada uno, que vive el amor de manera práctica
y concreta.
Luego tomas el vino y nos hablas de un nuevo pacto, de
pronto nos llevas al éxodo, cuando golpeados por la opresión egipcia nuestros
antepasados fueron liberados por Dios.
Cuánto nos conoces Jesús querido, sabes que hoy si bien no
estamos bajo el pie de Egipto, aún seguimos presos de nuestras propias
miserias, tantas muertes, tanta hambre, tanta injusticia, tanta indiferencia,
tanta prepotencia de unos pocos, tanto individualismo, tanto amor al poder,
tanta corrupción.
Nos dices que aún Dios sigue creyendo en nosotros, que aún
quiere establecer un nuevo pacto, que aún cree en la posibilidad de una nueva
historia.
Ya va pasando la noche y hay algo que nunca olvidaré.
Tomaste un lavatorio en tus manos y con una toalla sobre el
hombro lavaste los pies de los tuyos y los secaste.
Lo que hacen los esclavos en la casa del señor, hoy el Señor
lo hace con los suyos. El más grande se humilla frente a los demás mostrando lo
que significa el amor.
Y mientras mirabas al monte de Getsemaní desde la ventana
nos decías:-Así como yo lo he hecho a ustedes, así también ustedes deben
hacerlo los unos a los otros-.
Cuanta falta nos hace Jesús querido.
Todos caminamos en la vida y en este caminar nos ensuciamos
nuestros pies.
Que maravilloso sería estar en una comunidad donde el amor
se demuestre en la voluntad de lavar los pies sucios de aquellos que hemos
caído y llenos de heridas llegamos a ti.
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