28 mar 2013

Este es mi cuerpo


Ya no hay nadie en las calles, solo los centinelas romanos resguardando el orden.
De entre las azoteas se escuchan los himnos y las letanías de hombres esperando una vez más la liberación del pueblo de tan horrible opresión.
El templo se prepara para la fiesta de los ácimos, pero en el sanedrín el movimiento no cesa.
Hace frío.
Tantas veces te sentaste a la mesa a compartir el pan con aquellos con los cuales nadie se sentaba, cuantas veces recibiste a los que vivían en la periferia de la sociedad.
Hoy recibes a tus más queridos y una vez más extiendes la mesa, esta última vez.
Tu rostro está cansado, tu corazón carga con un peso casi insoportable, sabes que los dados fueron echados sobre la mesa. Hiciste tantas cosas por defender a los más desvalidos, incluso rompiste con los convencionalismos religiosos para extenderle la mano al pisoteado por la ruina.
Te ganaste tantos enemigos, y ellos son los que hoy planean tu fin.
Pero aquí estás, como todo un hombre, enfrentando de manera coherente lo que fue tu mensaje y tu obra.
Tomas el pan y lo partes agradecido, te preocupas de que a nadie le falte el pan en la mesa, que todos en común unidad comamos. Como siempre lo quisiste, nunca dejaste ir al hambriento ni al pobre en las mismas condiciones, cuando viste hambre multiplicaste la comida para que todos tuvieran. Así quieres que sea tu comunidad, que todos aquellos que se sientan a la mesa del Reino de Dios tengan aunque sea lo mínimo para vivir una vida digna. Una comunidad que vela por cada uno, que vive el amor de manera práctica y concreta.
Luego tomas el vino y nos hablas de un nuevo pacto, de pronto nos llevas al éxodo, cuando golpeados por la opresión egipcia nuestros antepasados fueron liberados por Dios.
Cuánto nos conoces Jesús querido, sabes que hoy si bien no estamos bajo el pie de Egipto, aún seguimos presos de nuestras propias miserias, tantas muertes, tanta hambre, tanta injusticia, tanta indiferencia, tanta prepotencia de unos pocos, tanto individualismo, tanto amor al poder, tanta corrupción.
Nos dices que aún Dios sigue creyendo en nosotros, que aún quiere establecer un nuevo pacto, que aún cree en la posibilidad de una nueva historia.
Ya va pasando la noche y hay algo que nunca olvidaré.
Tomaste un lavatorio en tus manos y con una toalla sobre el hombro lavaste los pies de los tuyos y los secaste.
Lo que hacen los esclavos en la casa del señor, hoy el Señor lo hace con los suyos. El más grande se humilla frente a los demás mostrando lo que significa el amor.
Y mientras mirabas al monte de Getsemaní desde la ventana nos decías:-Así como yo lo he hecho a ustedes, así también ustedes deben hacerlo los unos a los otros-.
Cuanta falta nos hace Jesús querido.
Todos caminamos en la vida y en este caminar nos ensuciamos nuestros pies.
Que maravilloso sería estar en una comunidad donde el amor se demuestre en la voluntad de lavar los pies sucios de aquellos que hemos caído y llenos de heridas llegamos a ti.

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