El Hobbit.
Un viaje inesperado por el dolor.
Vi esta semana por segunda vez la cinta del Hobbit, ya había leído el
libro hace años.
Les quiero compartir una de las escenas que me hizo mucho eco.
La historia general se basa en la decisión del mago Gandalf, en escoger
para una expedición muy peligrosa a un ser sencillo que pasa inadvertido en el
gran mundo de la tierra media, un hobbit llamado Bilbo Bolsón.
Bilbo es un hombre ya maduro que vive una vida tranquila en su casa en
la comarca. De pronto es visitado por Gandalf y un grupo de Enanos que quieren
recuperar sus tierras, Bilbo es invitado a ser parte de esta cuadrilla. El
peligro es inminente. Más allá de los límites de la comarca solo esperan
infortunios y hasta posiblemente la muerte.
Bilbo se rehúsa a emprender el viaje, él es un Hobbit y de apellido
“Bolsón cerrado”, no es un aventurero.
Gandalf lo regaña, le recuerda a ese otro hobbit joven que anhelaba
aventuras y que ahora se había convertido en el protector del legado de sus
Padres, cuidando sus vajillas y su casa acomodada.
Bilbo suspira y le pregunta a Gandalf.
¿Si acepto y voy, me prometes que volveré?
Gandalf responde: NO, no te lo prometo, pero si vuelves, te prometo que
no serás el mismo.
Este tipo de viajes inesperados conllevan un altísimo riesgo y en
verdad, muchos cuando emprenden peregrinajes más allá de su zona de comodidad,
posiblemente jamás vuelven, pues la oscuridad que se haya allá afuera, fuera de
los linderos de nuestras seguridades pueden hundirnos para nunca más volver.
¿Por qué me hizo eco esta parta de la película?
Porque hace meses he venido viviendo uno de mis peregrinajes más
difíciles.
Durante un tiempo afronté la decisión de viajar a un lugar del que
algunos no vuelven.
Fueron meses muy difíciles, e inesperados, claro que sí, absolutamente.
Producto de la presión, del stress, de algunas metas no cumplidas, de
crisis de diferente tipo, me vi en medio y sin previo aviso de grandes sombras
que cubrían mi vida.
Mi peregrinaje fue hacia espacios arcanos de mi propio ser, a abismos
oscuros que yo pensaba que estaban clausurados. Me encontré de cara con mis
miedos más profundos, con lo peor de mí y también con luces de esperanza.
Algunos estudiosos del comportamiento humano le llaman a esta experiencia
Depresión.
Como una gran sombra al comienzo del bosque, el camino fue
oscureciéndose cada vez más. Acompañado de este siniestro vigilante, desde la
oscuridad del bosque negro salieron también otros seres que acechaban. Miedo,
ansiedad, pánico, culpa, tristeza, desasosiego.
Fue un viaje inesperado, porque nadie planifica tener depresión o
trastornos de ansiedad o alguna otra patología. Uno va por la vida tranquilo y
de pronto te das cuenta que te metiste en un pantano y cada vez más te apartas
del camino por donde venías.
La sensación.
Te sientes golpeado por todos lados.
Vez cada día como una montaña inalcanzable, quieres levantarte y mirar
el mundo como antes, pero las sombras te aprietan con tanta tenacidad que
sientes que quieres vivir pero no tienes fuerzas para hacerlo.
Por eso digo que es un peregrinaje del que no todos vuelven, pues
algunos frente a la desesperación encuentran más alivio en la muerte que en
seguir luchando, aún con lo poco que te queda de fuerza.
Yo tomé la decisión, por las tres estrellas que brillan en mi vida, mi
esposa y mis dos hijos. Tomé la decisión de levantarme de entre las sombras, de
saber que esto es un día a la vez, que el camino a la luz, no es corriendo ni a
saltos, sino a pequeños pasos.
Asumiendo que estaba entre las sombras y cada noche cuando las olas me
cubrían y parecía hundirme en lo más profundo del abismo, ahí entregarme
impotente a aquel que siempre es Bueno, a aquel que seguirá Caminando con
nosotros aún en medio de la muerte misma.
Si, la muerte me mostró sus dientes, vi la nada detrás de sus
vestiduras azules.
Pero me di vuelta y comprendí que por alguna razón en esos momentos tan
lejana, todo tarde o temprano terminaría bien, que volvería de este trance y
abrazaría a mi familia, más fuerte, más sereno, más seguro, más maduro.
Un día, luego de meses peregrinando por el bosque negro, comencé a ver
la luz, poco a poco desflorando las hojas hirsutas, supe que estaba cerca, que
pronto volvería a casa.
Las marcas de este viaje, de esta lucha no han sido menores.
A la simple vista, he bajado más de 10 kilos.
Hace unos días hablé con mi esposa, mirándola a la cara le dije. Tuve
un viaje al interior de mis peores pesadillas, me encontré con lo peor de mí
mismo, también con otras áreas más benévolas. Pero ya volví, no soy el mismo,
jamás lo seré… estos viajes dejan marcas para toda la vida.
A ese dios “salvavidas y exitista” del que se predica en abundancia, le
di cristiana sepultura. Ese Dios que anda como una mamá de polleras largas
cubriéndote de todo mal, no dejando que sufras en la vida, esas predicaciones
de “Estás destinado al éxito” “Eres cabeza no cola” “Dios no permitirá que a su
hijo le pase eso”…y todos esos engendros parecidos, pertenecen a otra época, de
ingenuidad, cuando necesitaba un dios Madre Protectora.
Que mal le hacemos a la gente cuando le predicamos ese dios, pues la
vida está llena de golpes, y cuando te deja sin oxígeno luego de un golpe duro,
te das cuenta que eso que te predicaron no sucede en la vida real. Ahí, para
perpetuar la nocividad de esas enseñanzas, te hacen pensar que el error no está
en la enseñanza sino en ti que te faltó fe.
A esa manera de ver a Dios y a ese dios sobreprotector lo acabo de
sepultar, junto con el otro Ulises.
Hoy, prefiero abrazarme a ese Dios de los Evangelios, al que guarda
silencio frente aún ante la muerte de su propio Hijo (Y silencio no significa
que no esté ahí) y que guardó silencio ante las circunstancias más trágicas que
vivieron sus fieles apóstoles.
Un padre sobreprotector le hace tanto daño a su hijo como el padre que
lo maltrata, porque criar a un hijo con la incapacidad de enfrentarse al dolor
es criar a un inválido emocional.
Creo en Dios Padre, pero no en ese Padre sobreprotector que anda
siempre evitando que sus hijos caigan y se golpeen, no, ese no es un Padre sino
un monstruo. Un verdadero Padre sabe que el mundo es duro y camina con nosotros
no evitando que vivamos el dolor. Sino ayudándonos a seguir y a asumir nuestra
realidad, aprendiendo a vivir desde esa experiencia.
Bilbo emprendió el viaje.
Luego de muchas jornadas vuelve al hogar y se da cuenta que su vida
jamás volvió a ser la misma.
Siento que estoy volviendo al hogar y agradezco que ya no soy el mismo.
Posiblemente este estilo de escritos algunos colegas míos me dirán: No
es bueno que un pastor conocido muestre sus debilidades.
Al diablo con esa estupidez, mi Maestro nunca tuvo reparos en mostrar
sus heridas en sus manos y en sus pies, quienes somos nosotros para
esconderlas.
A los que están en ese bosque oscuro, solo decirles que se puede. Que
se puede salir de ahí.
Nada es invencible en la vida, ni aún la muerte.
Las sombras que te cubren hoy, solo serán un recuerdo cuando en el
mañana el sol vuelva a besar tu frente.
Ánimo, aunque tu peregrinaje sea como un fardo inaguantable, sigue
adelante, no estás solo(a).
Cuando vuelvas, volverás más fuerte, más sabio, más lleno de amor.
No te rindas, hay alguien que nunca te dejará, Él lo prometió,
"Aunque ande en valles de sombras de muerte, tú estarás conmigo".