26 nov 2010

La migración de los fantasmas (Monólogo Navideño 2)


En qué se ha convertido el mundo, no puedo creer lo que oigo.
El viento trae en su silbo noticias de un horror sin nombre, la muerte desbalijó toda la aldea de ese pequeño caserío y se llevó a los niños.
Mis ojos se levantan entre el equipaje, las alfombras y el lino, se humedecen mirando a mi pequeño Zharin que juega con su caballito de brezo, lo abrazo como resucitado de entre la devastación. Agradezco en silencio su suerte. Mi suerte.
A los que pierden sus Padres se les llama huérfanos, los que han perdido a su pareja se les llama viudos, pero el dolor de perder un hijo no tiene nombre.
Enarbolo rápidamente la mercancía, ya los últimos camellos han reposado. Temo inseguridad en esta ruta solitaria, sobre todo después de contemplar tras de nosotros la total renuncia de ese monstruo llamado Herodes por salvar lo poco que le quedaba de humano.
Pobre Belén, la pequeña aldea que vio crecer al joven David, hoy llora sin consuelo la muerte de sus niños, azorada por esa maldad brutal parida por los demonios.

Los perros malditos del tirano fueron sueltos, la jauría del exterminio salió de cacería, en sus lomos de hierro solo cabalga la locura de un Rey enfermo de poder y codicia, atormentado y perseguido por espectros que surgen de sus propias culpas.
Dicen que Herodes ya no duerme pensando en una profecía. Que despierta gritando por horribles pesadillas. Algunos de sus súbditos hablan de un nuevo Rey que podría aproximarse en el horizonte de nuestras tristes existencias, un Rey que traería justicia, palabra por la cual muchos de nuestros abuelos y Padres murieron ansiándola con devoción.

No dejo de pensar en esas pequeñas manitos destinadas a jugar con muñecos, con carros de madera y que hoy son recibidas por la tierra, sepultadas por mujeres enfrentadas a un dolor invencible.
Se dice que una de ellas limpió las profundas heridas en los cuerpecitos de sus pequeños, sus rostros aplastados, sus extremidades machacadas, frías, privadas de la vida, dormían para siempre. Entre lágrimas y ungüentos fúnebres las manos de la mujer que los llevó en su seno esperanzada de verles transformarse en hombres recorre ahora los rostros de sus hijos, limpiando la sangre y el barro, surcando por última vez las cuencas de aquellos ojos que una vez brillaban de vida, resignada, envuelta en las olas del más oscuro desconsuelo, hasta los sustratos más profundos de su ser son abatidos ante esta desdicha.

Los llevó a su último descanso y aún cantaba para sus hijos, como lo hacía todas las noches, esta vez haciendo de esa melodía un rito mágico, un último intento para darles paz a las almas de esa insobornable pureza, que ahora jugarán en un limbo lejos de los leviatanes que construyen sus imperios con ladrillos fraguados en sangre. Pobres niños que no pueden recurrir a la justicia, porque la misma justicia come de las mesas agusanadas de los que hacen que las leyes se inclinen a la corrupción, de aquellos pocos salvajes que compran todo a su alrededor haciendo del mundo el patio trasero de su castillo. Que corroen con su ambición lo poco que nos va quedando a los demás, siniestros bufones podridos por sus excentricidades, que así como estos niños muertos, también asesinan de a poco a otros miles y quizás millones de pequeños, sometidos a la dictadura de la miseria, infantes casi destetados que hurguetean en la basura con sus manitos pobres algún pedazo de pan para ellos y sus hermanos.

Se dice que la mujer les besó en la frente y les dejó. Barrió su casa y caminó hacia el desierto, sola con sus muertes, hasta ahora no ha aparecido. Y no volverá jamás, en algún remoto lugar de su alma, sabe que existe una manera de volverse a encontrar con sus pequeños, más allá de esta vida.

Dios, dónde estás, ¿Acaso será esto el golpe de tu odio? ¿Qué o quién nos ayudará a vivir después de esta mutilación?

Hemos traicionado lo único que podría salvarnos y darle contundencia al futuro, nuestros niños.

El desierto del Sinaí es un lugar habitado por presencias arcaicas, caminamos con reverencia ante sus miradas, la llanura se matiza entre vegetación fosilizada por el sol y espacios umbríos, testigos de historias que aún se respiran entre el susurro de los espinos y las raíces cristalizadas por el calor.
Este es un desierto tapizado a veces por pequeñas flores que se han resistido a morir, quizás nos anuncia con timidez que no todo está perdido.

Ante nosotros se yergue el Horeb, majestuosa columna informe, dicen que aún en invierno, cuando los vientos envuelven sus cumbres se oyen voces de dolor, como si alguien llorara desde sus alturas, viendo como nos destruimos, nos comemos unos a otros en un canibalismo salvaje.
Lo que alguna vez fuimos en ese huerto frondoso, hoy no queda casi nada.

No lo puedo creer, apenas unos metros más adelante y nos topamos con dos jóvenes, es un matrimonio.
Pobres chicos, parecen animalillos asustados, huyendo de sus cazadores.
Ven nuestros camellos y la mercancía y eso al parecer les trae confianza.
Son de pocas palabras, en sus miradas veo las grietas del dolor.
Pero, no termino de sorprenderme. Esta niña lleva a su hijo escondido en su pecho.
De pronto, en un intercambio de miradas, me lo dicen todo.
Mi alma se petrifica, un escalofrío recorre mi espalda.

Veo al pequeño y todo encaja perfectamente, estos muchachos vienen huyendo, como fantasmas de una muerte sórdida. Les preguntamos hacia donde se dirigen y el joven dice que van al sur, posiblemente a Egipto.

Traigan aceitunas, pan y leche para esta pareja. No deben temer, soy Bakhur, hijo y nieto de mercaderes de alfombras y telas finas, nosotros también vamos a Egipto y luego seguiremos a buscar mercancías a Alejandría
Vayan con nosotros pues en estos caminos a veces se esconden forajidos y desalmados que han vendido hasta sus propias Madres por unos dracmas.

La noche nos invita al descanso en su hora crepuscular.
Rápidamente armamos nuestras tiendas, nuestros hombres preparan algo de comer e invito a estos tímidos huéspedes.
Me cuentan que son de Nazaret y que por el Censo viajaron al sur.
Les pregunto si pasaron por Belén y ellos se miran.
Él dice que sus antepasados son de ahí y por esa causa el Censo los obligó a permanecer unos meses. Y ahora, con su pequeño hijo van camino al sur.
Ustedes al parecer no saben lo que sucedió. Belén ha sido testigo de horrendos crímenes. Herodes en una total pérdida del juicio asesinó a todos los niños menores de dos años.
No entiendo y tampoco quiero entender cómo ustedes lograron salir con su pequeño, realmente son afortunados, muy afortunados. Creo que esta noche será recordada para siempre en mi vida, por un momento creí que todo estaba perdido y veo ahora a tu niño sonriéndole a mi amado Zharin.

Posiblemente Dios sigue entre nosotros, quizás hasta se esconde detrás del rostro de tu hijito. Bendito sea, bendito sea tu hijo y mi pequeño Zharin, que aún a pesar de estar rodeado por chacales como Herodes, construyen reinos de una insoslayable alegría, perpetuos cantos son sus muros y alegres juegos son sus torres.
Si me permiten, quiero pedir una bendición por su hijo.

Dios, que nos das a beber la copa amarga de la indignación que significa ser un hombre arrojado a tanto dolor.
Que nos diste un mundo hermoso, pero el cual mancillamos día a día, que también nos das señas de tu existencia, en las miradas de estos pequeños que nos ayudan a entender lo fundamental de nuestra existencia.
Dios, que albergas a los nómades como nosotros, como lo hiciste con Abraham.
Bendice a este pequeño, el cual lo salvaste de la muerte porque de seguro aún su destino está trazándose en sus sienes.
Que tu brazo de amor sostenga a este pequeño, hijo de la casa de David, como así también sostuviste a ese pequeño pastor frente a un Gigante.
Quizás nosotros no alcanzaremos ver a ese Rey del cuál hablan los sabios y del cual, ante la sola presencia de su nombre tiembla el viejo Herodes. Pero permite que estos pequeños lo vean… pero que estoy diciendo

¿Y si en los laberintos intrincados del destino mis ojos contemplan a ese Rey?
La sola idea me estremece.
¿Y si soy una pieza de este gran tablero, una de esas piezas invisibles pero determinantes para el gran juego que se gesta más allá de este mundo?
Termino mi oración y veo que este pequeño me mira como si todo esto es un juego, miro a Zharin y él también ríe, ríen de estas formalidades. Para ellos Dios no viene a escuchar aburridas oraciones sino que viene a jugar y saltar hasta descostillarse de risas junto a ellos

Niño hermoso, si tú serás aquel Rey, oro para que tu reino no sea cimentado en la prepotencia, sino en la humildad.
Que no pierdas esa alegría y esa paz que sobrepasa todos estos horrores.
Que tu reino no sea un lugar de palacios ni pirámides, porque los palacios y las pirámides se construyen con los hombros de los esclavos.
Un reino donde los niños no sean invisibles, ni que sus gritos de dolor sean apagados con el dinero de sus explotadores.
Oro para que todos tengan un lugar.
Sé que es casi imposible un reino así, pero así como esas pequeñas flores germinan y se apegan a la vida en medio del desierto, así también me apego a la esperanza.
Pequeño niño de Belén, que la estrella que te sigue te lleve a ser un rey de los leprosos, de los enfermos y posesos, de aquellos que no sólo están abajo, sino fuera de la sociedad.
Un Rey, de los que no tienen más Rey que su propia necesidad de amor y comprensión.

El sueño nubla mi razón y me reciben en ese otro mundo imágenes indómitas de cosas que no entiendo, y el rostro de ese niño aparece una y otra vez como un prodigio del cielo, quizás como una última escaramuza de parte de Dios para hacernos entender, quizás delirantemente, que no somos basura, que somos nada menos que hombres. Hermanos.
Despierto y el sol entibia el desierto.
Me levanto y busco a estos benditos forajidos, pero ya no están, partieron muy temprano. Dejaron como pago una pequeña pero valiosa pieza de oro.
Nunca dejamos de sorprendernos, quizás los rumores son ciertos y esta pieza de oro Persa me dice que estos tres maravillosos seres son verdaderamente de una realeza que pensaba extinguida.

¡Arriba todos, que el gran Nilo nos espera!

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