3 nov 2010

Él es mi Hijo


Tenía unos 15 años, era mi debut jugando como arquero en Santiago Wanderers, esa vez nos tocaba un clásico contra Everton de Viña del Mar. El encuentro estaba muy disputado.
De ir perdiendo 2 a 0, remontamos la cifra y nos fuimos al descanso empatados a dos.
Yo estaba muy nervioso, sobretodo cuando faltando 20 minutos para terminar hicimos el gol que nos garantizaba el triunfo.
Después de ese gol, las líneas ofensivas del equipo contrario se fueron con toda su artillería pesada contra mi arco.
Ya cuando faltaban tres minutos para terminar, uno de los delanteros avanza hacia mí y en un acto desesperado patea la pelota con un efecto impresionante. Yo estaba un poco adelantado y veo como la pelota se viene colando en el ángulo. Me despego del suelo y logro desviarla con los dedos.
Salvé el gol, pero caí muy mal sobre el hombro. En el piso siento un dolor muy fuerte, pero también con mis oídos logro escuchar el grito de la pequeña barra que nos fue a animar.
En medio de esos gritos puedo escuchar a mi Padre gritar con todas sus fuerzas: "Él es mi hijo, Él es mi Hijo".
Para un niño de 15 años eso es suficiente para pararse y volverlo a intentar, a pesar del dolor punzante, demostrándole al mundo entero que eres un campeón, por lo menos para la mirada de tu "Viejo".
Además, esos gritos de mi Padre, yo estaba convencido que no sólo lo escuchabas cuando cubría mi cabeza una corona de laurel, sino cuando caía al suelo por mis errores, esa mirada te hace recordar que no es por lo que haces ni por lo que dejas de hacer, es por lo que eres.
El día terminó con una gran victoria sobre nuestras cabezas, ganamos el encuentro y a pesar del dolor horrible en mi hombro seguí jugando esos últimos minutos.

Hoy tengo otros desafíos en la vida, a veces me siento tan aterrorizado como esa vez.
Solo en el campo de juego, frente a fuerzas contrarias que han desatado toda su furia en contra mía.
Tengo miedo al fracaso y a no estar a la altura de las circuntancias.
En esos instantes uno escucha muchas voces, algunas son simplemente venidas de lo más profundo de mis temores, otras del infierno mismo, pero también escucho esa dulce voz, esa que dice: "Él es mi Hijo y nadie lo podrá separar de mi amor".
Esa voz me da la convicción de que se puede volver a intentar. Intentar ser mejor persona, intentar vencer los miedos que nos paralizan, intentar amar a los que te detestan, intentar perdonar y pedir perdón.
A pesar del dolor de vivir la Vida (Que en esencia es dura) No estamos destinados a conformarnos al dolor, podemos ser más felices, pues Él camina con nosotros.
Y a pesar de que el día de mañana esté lleno de incertidumbre, estamos tranquilos, porque sabemos a quién pertenece el futuro.

He sentido dolores mucho más fuertes y aniquiladores que aquel dolor en mi hombro, sufrimientos que se levantan para partir tu corazón y tu alma.
He visto peores cosas que un jugador desesperado por meterte un gol, he vivenciado la soledad de lo que significa optar por decisiones en la vida que sabes que te restarán amigos. Pero en medio de todas esas vivencias lo he visto a Él, incondicionalmente junto a mí, dándome fuerzas cuando sabes que en tu cartucho ya no tienes más municiones, cuando estás en la banca rota espiritual, solo y deseando que alguien tire la toalla por tí.
En esos momentos cuando mi boca lame el polvo de la derrota, su voz es inconfundible. "Él es Mi Hijo".

Esa voz, hace que valga la pena levantarse y seguir peleando, levantarse y volverlo a intentar.

"No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y por los ríos, no te anegarán.
Cuando pasares por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en tí" Isaías 43:1,2

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