4 abr 2011

Dios ha muerto???


¿Qué podemos decir frente a la muerte de inocentes, frente a tanta injusticia, guerras, hambre y pobreza, frente a un ecosistema al cual ya firmamos su fecha de vencimiento?
¿Qué le podemos decir a un Padre que sostiene el cuerpo inerte de su niño, después de luchar con un maldito cáncer que terminó venciendo?
¿Qué podemos decirle a una joven con VIH contagiada por un mal procedimiento médico?
¿Qué le decimos a los refugiados que huyen porque su pueblo quedó en ruinas por causa de las bombas?
¿Qué puede decir un cristianismo triunfalista a un mundo derrotado por el dolor y la muerte, a un mundo que ha saboreado la copa amarga de guerras fratricidas?

Algunos creyentes con buenas intenciones, cuando ven el dolor del mundo, pretenden casi hasta encontrarle un lado positivo diciendo que todo está escrito y que es más, debe suceder y es BUENO que suceda!!!!.
La creencia griega del Destino, ve en él un determinismo insalvable. Todos los dados están echados y frente al destino no puede hacer uno absolutamente nada. Pero esa es una visión griega, no pertenece a Jesús.
Uno de los maestros de la sospecha declara frente a todas las incoherencias de la vida, que Dios ha muerto.

Frente a tanto dolor y desesperación, miseria, muerte y locura.
Frente a lo que posiblemente se avizora como una era de decadencia mundial.
¿Dios realmente ha muerto?
Yo afirmo como Nietzsche. Si, Dios ha muerto.
Y lo afirmo nuevamente por si no queda claro, Dios ha muerto, murió en una máquina de tortura romana hace dos mil años, murió en la más trágica de las paradojas.
Si la fe cristiana tiene razón, él siendo el Todopoderoso, muere torturado injustamente, como millones de seres humanos también han muerto.

Terminando la Segunda guerra Mundial, un hombre declara con dolor: ¿Quién eres tú Dios mío, después de Auschwitz?.
Y la respuesta de un creyente que trataba de sostenerse luego de tanta desolación fue, Dios está crucificado e impotente en una cruz.
Dios ha muerto, pero no solo ha muerto, sino que murió como uno de nosotros.
La cruz es una imagen sumamente contradictoria, pues el crucificado experimenta el silencio de la Eternidad, pero no necesariamente su ausencia.

La cruz saca a luz uno de sus rostros más misteriosos, el rostro del Dios que sufre junto a la humanidad, del Dios que se hizo hombre y conoció el dolor y la muerte, descendiendo a las aguas más turbulentas de la existencia humana, dejándose llevar por la corriente de la fragilidad, hasta llegar a sus límites, la muerte.

Me imagino la pregunta que asoma. ¿Pero no es acaso el Poder de Dios uno de los atributos que la Fe cristiana afirma? ¿Dónde está ese Poder cuando se enfrenta a la muerte en esas condiciones?
Es ahí donde debo ser honesto y decirte que mucho de la reflexión acerca de la omnipotencia de Dios se basa en enclaves extraídos de fórmulas racionales y filosóficas, las cuales tienen poco qué decir ante este misterio.

¿Cómo es el poder de Dios?
El Poder de Dios es un poder que se articula de maneras muy diferentes a lo que nosotros creemos que debiera dispensarse.
Este es el Dios poderoso, tan poderoso que tiene poder para hacer lo absolutamente contrario, quedar colgado en una cruz, agonizante, solidarizando con nuestros dolores.
Este es el Dios que nos acompaña en el silencio, sin mostrar “credenciales divinas”.
Cuando llegamos a este eslabón de la fe, cuando llegamos a la imagen terrible de un hombre torturado y suspendido en ese madero, con su rostro brutalmente desfigurado, su espalda machacada y sus extremidades horadadas por los clavos. Preguntamos ¿Dónde estuvo Dios?

El Carpintero declara desde la Cruz: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
¿Será que en la cruz, Jesús siente tal el abandono de Dios que duda de ser su HIJO? pues en ninguna otra parte Jesús se dirige al Creador como “Dios mío”, sino como “Padre mío”.


Pero frente a las dudas más abismantes, el Carpintero torturado y agonizante sabe que Dios está con él en ese trance terrible, a pesar de que no lo vea. Tanto así, que el crucificado entrega su muerte impotente en manos del Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.


Dar ese salto de esperanza en medio del dolor, sabiendo que ha sido sumergido en esa noche oscura, entregarse desnudo, lleno de heridas a las manos de Dios, parece ser una opción radical.


Querido amigo, posiblemente este escrito no responde tus preguntas, sobretodo si hoy te encuentras peregrinando en un valle sombrío y sin sentido, cargando tu sufrimiento como una condena.

Pero es justamente tu dolor, lo que te permite entrar en contacto con esta condición humana llamada sufrimiento. Desde ahí, te haces parte de los millones de seres humanos que también sufren, desde ahí tienes la oportunidad de optar por la misericordia y el amor, ya que reconoces como se siente el desvalido, el enfermo, el desahuciado, el anciano, el traicionado, el abusado, el estafado, el oprimido.

Sufrir y ganar la batalla es pararte en la otra vereda y decirle a los que vienen luchando tras de ti, que se puede, que se puede cruzar el océano oscuro y turbio, que Dios nos entiende.
Porque frente al dolor de la humanidad, un Dios que no ha muerto como uno de nosotros no puede ser confiable.


¿Dónde estuvo Dios entonces en medio de tanto dolor?
Solidarizando con nosotros, porque él ahora conoce el sufrimiento del ser humano desde una perspectiva completamente diferente. Él se puso en nuestros zapatos. Y desea ayudarte a salir de tu angustia.


¿Entonces Dios no tiene poder?
Su poder si bien a veces puede manifestarse torciéndole la mano a la muerte o a la enfermedad, también se manifiesta consolando y ayudando en soportar con esperanza las situaciones límites.

Y si, él tiene todo el Poder, lo suficiente como para haberse despojado a sí mismo y transformarse en un ser frágil como nosotros y desde su fragilidad mostrarnos el camino.


¿Cuál es el camino?
Entregarse por completo, aún en medio de la impotencia y la injusticia en manos del Padre.
Sólo un Dios que ha muerto como nosotros y Por nosotros merece nuestra plena confianza.

Ulises

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