El mesías que predicamos hoy, se bajó de la Cruz, no la quiere, ni tampoco nos invita a tomarla. El Mesías de nuestras predicaciones esconde sus heridas y su debilidad, se averguenza de su pobreza y tampoco nos invita a rechazar el pecado en todas sus dimensiones. El Mesías que predicamos ya ni siquiera habla de Dios, sólo habla de cómo sentirnos mejor con nosotros mismos.
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