1 abr 2011

El Rey y su novia infiel



El gran salón se extendía hasta los límites de nuestra vista.

Adornado el suelo con piedras preciosas exquisitamente trabajadas.

Los pilares, robustos, blancos de un mármol extraído de las canteras de Toscana, imponentes, sosteniendo un cielo bruñido con metales desconocidos aún por el hombre.

Nos sentíamos sobrecogidos por el esplendor, nunca hemos visto un palacio en el mundo tan lleno de belleza, una belleza que opacaba las palabras.

De pronto las trompetas resuenan dentro del palacio, la intensidad de los bronces paralizaron mi corazón. Miramos hacia la entrada y las granes puertas se abrieron.

La puerta principal estaba enclavada en un gran arco apuntado, arriba de ella un rosetón con imágenes en su vidriera que hablaban de historias maravillosas.

Se abre la puerta y el sonido de esa madera maciza, proveniente de un árbol tan noble como el Roble nos invita a mirar con admiración. La luz entró invadiendo el salón.

Vestido con una túnica de lino, ceñido con un cinturón de oro, envuelto con su capa carmesí y su gran corona sobre su cabeza entró el Rey. Al momento todos nos inclinamos. No había más sonido que sus pisadas.

Su belleza era única. Tenía varios nombres. Se le conocía como El Justo, El Misericordioso, El Compasivo, El Poderoso, El Magnánimo, El Hermoso.

Sus manos y sus pies llevaban heridas, dicen algunos que aún se ve aflorar sangre, como un capullo de rosa que brota en primavera.

Se paró frente a su trono, esperando a alguien.

En ese instante una melodía suena, las flautas y las arpas le daban la bienvenida.

Volvimos nuestra mirada a la entrada y ahí estaba ella.

Hermosa, sin igual, con su bello vestido de lino, engarzado de perlas y diamantes que bajaban desde su hombro perdiéndose hasta sus piernas. Sobre su cabellera de color miel llevaba también una corona, una bella corona de narcisos y lirios. El perfume de su belleza hacía brotar de nuestro interior alegría. Por fin nuestro Rey tomará a su amada como esposa.

El Padre de nuestro Rey inició la ceremonia.

Mientras estos enamorados, entre gestos tímidos declaraban su amor con solo una mirada.

El Padre se dirigió a su hijo y le preguntó si sería fiel a ella.

Él respondió que hasta la muerte ha sido fiel y que sólo ese amor lo hizo volver desde las últimas sombras, esas que se yerguen más allá del reino.

Luego el Padre se dirige a la novia y le pregunta si será fiel.

Ella guarda silencio por un segundo.

Un murmullo se escucha desde el fondo del gran salón, murmullos que se transforman en gritos.

Algunos hombres injuriaban desde la puerta principal, con palabras terribles hacia la pobre muchacha.

La acusaban de infiel.

Las acusaciones eran graves, hablaban de amantes, mentiras y engaños. Algunos incluso aseguraban haber sido amantes de la muchacha y se pararon del salón con intensiones de correr hacia donde estaba realizándose la ceremonia, pero los guardias les impidieron el paso.

Mientras los gritos iban y venían, mientras los guardias tomaron a varios de ellos y los expulsaron del salón, el horror se apoderó del lugar.

El Padre levantó su mano y las puertas volvieron a cerrarse. La luz que había adornado el lugar dio paso a la penumbra. El calor que abrigaba nuestros corazones se transformó en un frío implacable. Como filosos cuchillos que despedazaban nuestra alma.

El Padre le pregunta ahora a la muchacha si de verdad ella había sido Infiel.

Ella, con lágrimas en su rostro, Toma su corona y la arroja al suelo, desgarrando sus hojas. El semblante mustio de la muchacha daba cuenta de su gran falta.

Trata de articular palabras y en medio del sollozo reconoce que sí, lamentablemente todo era verdad, ella era infiel.

El Padre mira a su Hijo.

El Hijo solo guarda silencio, de pronto Él mira la corona de flores en el suelo, se agacha lentamente y toma la corona. Luego acerca sus manos a la cabeza de la muchacha, vuelve a poner esa maravillosa corona. Vimos ese milagro, cómo las flores volvían a recobrar vida en las manos heridas del Novio.

Al poner la corona a la muchacha, el Novio se acerca y besa su frente.

Luego, con palabras dulces le dice:-Mi amor, yo se que las sombras llenaron tu corazón de dudas y vacilación. Supiste lo que eran los brazos y los besos ajenos. Te perdiste en la oscuridad, pero hoy estás conmigo y eso es lo que importa.

El precio de tu infidelidad era la muerte y no pude permitirlo, por eso son estas marcas en mis manos y pies, pues aunque yo te he sido fiel, tuve que pagar el precio de tu extravío.

Hermosa, la vida enseña que hay orificios que valen la pena tapar, en cambio, estos que llevo en mis manos y pies siguen aquí porque tú valiste la pena. No llores más, nadie más te acusará por tus faltas, porque desde hoy tú serás mi esposa, vestida de lino, sin manchas que reprochar ni imperfecciones que juzgar.-

El Novio abrazó fuerte a la muchacha y ella entre lágrimas pedía perdón.

El Padre tomó las manos de la muchacha y en un acto lleno de perdón, las acerca para unirlas a las manos heridas de su Hijo.

Todos llorábamos, pero ya no de tristeza. Porque quizás nos sentíamos también perdonados, como cuando alguien lava tus pies y tu cuerpo, luego de una jornada dura donde peregrinaste con la mugre y la inmundicia.

Cuando acabó la ceremonia, los gritos de alegría sonaron en todo el reino. Danzas, juegos, música y un gran banquete se extendió por largos días.

Por fin El Rey encontró a su esposa. Por fin, la muchacha fue encontrada por su Amado.

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