El sol se oscureció, ensombrecido por las flechas enemigas. Miles de astiles mortales volaban en dirección nuestra. Levantábamos nuestros escudos y la lluvia letal caía sobre los campos de "Atzubat" que significa "valle de la tristeza".
Las flechas se hundieron con violencia sobre nosotros. Muchos caían. Los jinetes sagrados avanzaron sobre las lanzas y las armaduras del ejército de Abhezian.
De pronto, en medio del cansancio, cuando mi cuerpo no soportaba más levantar la espada. En esos segundos cuando todo se oscurece y el horror es tan devastador que prefieres entregarte en manos de los que buscan tu cabeza. En ese instante absolutamente mortal. Me preguntaba si alguien me recordaría luego en sus canciones, en sus poemas o solo seré un soldado desconocido, un montón de huesos y carne podrida, comida de criaturas ponzoñosas.
Los gigantes oscuros levantaban sus espadas y la estrellaban contra mi débil brazo. Ya no puedo seguir. Mis amigos se perdieron en el campo. Esto es una desgracia.
El cuerno de las montañas sagradas vuelve a sonar sobre la planicie que ya estaba teñida de sangre. Creo que he hecho todo lo posible. Ha sido un esfuerzo sobre humano.
Dos gigantes de Ongroluth, la ciudad de los muertos, arremeten y quiebran mi espada como si fuese un pedazo de cristal. Casi indefenso mis rodillas besan el lodo. Oigo el silbido de la hoja maldita que se levanta sobre mí.
De pronto, en medio de esta agonía, cuando ya no veo esperanza alguna, cuando el olor de los campos de begonias a las afuera de mi casa se hunden en medio de este olor maldito, este olor a muerte. En ese instante, frente al umbral de la muerte, apareces como rescatada de las tinieblas.
Mi amada, mi bella esposa. Con tus flores que engarzan tu cabello color del sol. El recuerdo de tus brazos me reciben como a un pródigo. Y en ese segundo, recuerdo la promesa que te di esa vez que te besé frente a nuestro hogar y abracé a nuestro hijo, antes de perderme junto a los jinetes en lontananza.
Tus palabras. "Nunca permitas que llore junto a las viudas cuando termine esta guerra". Yo te lo prometí hermosa mía. Aunque la muerte está a un segundo de distancia. Cuando el canto de la hoja oscura viene detrás de mis oídos.
Rápidamente me voy de bruces al suelo, con mi pié derecho engancho el pié de uno de los gigantes que se desequilibra luego del fallido golpe. Cae al suelo, mientras que el otro me propina con su lanza un golpe sobre mi pecho, el cual logro esquivar al rodar hacia mi lado izquierdo.
Vuelvo al campo de batalla y ante mi frente que aún se levantaba sobre el suelo, estaba "Nazurem", el príncipe de los caballos, sobre él estaba nuestro Rey. Como si supiera mi batalla interior, en medio del fragor, me gritó y su llamada fue como si hubiese resucitado de la muerte: -¡Levántate mi querido hermano, que en casa nos espera el verdadero motivo de esta lucha!- Por mi hermosa esposa, por mi bello hijo.
Tomo la espada de la mano de un hermano caído. Miro a mi Rey. Llegará el día cuando la cortina que separa este mundo del otro se hará realidad ante mis ojos, cuando vea más allá de las colinas doradas los grandes imperios en júbilo. Pero hoy no, aún no. El sol se ensangrentaba al horizonte entre la bruma de un atardecer forajido.
El Cuerno sonaba aún en los campos de muerte. Nuestro Rey sigue en pie, y nosotros también
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