28 jul 2011

Todos los creyentes quieren, pero nadie está apurado

Venía tranquilamente en el vuelo de Río de Janeiro hasta Brasilia. El cielo se veía casi despejado. De pronto de improviso un movimiento bastante brusco. Luego una seguidilla de movimientos que iban en aumento.

Las veces que he viajado en avión he aprendido una cosa.

Cuando hay movimientos bruscos, también conocidos como turbulencias, uno tiene que estar tranquilo y ver a la azafata, si ella se mantiene incólume, uno debe calmarse. Si la azafata pone cara de pánico, ore al Señor por un milagro.

Seguí esa lógica. El único detalle, es que ahora la azafata se encontraba en medio del pasillo recogiendo los vasos y servilletas con su carrito con comida.

La azafata miró a su compañera y esta segunda caminó rápido hacia atrás, mientras el avión descendía cada vez más brusco.

Mis experiencias en esos juegos horriblemente vertiginosos, esta vez parecían tiernos carruseles.

La azafata que llevaba el carro se sentó donde pudo en cualquier lugar, nadie hablaba, algunas señoras que venían en enfrente se abrazaron y oraban en portugués.

Luego de 10 minutos de turbulencia, el avión poco a poco volvió a la normalidad.

Antes de bajar le pregunté a esta azafata si había sido una turbulencia fuerte. Ella me sonrió y me dijo que fue bastante fuerte pero los aviones difícilmente se vienen abajo con este tipo de movimientos.

Al bajar quería besar la tierra como el PAPA lo hacía.

Y me di cuenta de algo.

Todos los creyentes creemos en el cielo, queremos estar allá, pero nadie está muy apurado.

Me vino una gran meditación luego. Si las empresas van a buscar la caja negra cuando cae un avión. ¿Por qué no hacen todo el avión del material de la caja negra? Suena lógico.

Gracias Dios, Una vez antes de ser cristiano casi me mato "volando" con droga, gracias porque en este otro vuelo salí también con vida.

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