23 oct 2009

El Discípulo


Hubo una vez un gran maestro, este tenía un joven discípulo.

El maestro tenía que ir de viaje por un largo tiempo, tomó a su aprendiz y le pidió que fuera fiel a una tarea que le hiba a encomendar. El joven tenía que sostener en el camino un pergamino que señalaba la ruta correcta a los caminantes que pasaban por ahí y evitarles entrar en el bosque oscuro.

Este discípulo accedió con una alegría propia de quién desea obedecer a su maestro, así que todos los días el muchacho sostenía el pergamino y vivía de la misericordia de los caminantes que en agradecimiento le daban dinero o comida.

Un día, la lluvia cayó sobre el campo y mojó el pergamino. Por el peligro que significaba para su misión, el joven plantó un árbol para resguardar bajo sus ramas al viejo pergamino, pero no se percató que las ramas de los árboles servían de cobijo para las aves y sus frutos eran también codiciables para insectos, que a su vez servían de alimento a otras especies.

Tanto barullo y con el peligro que significó para el Pergamino, el discípulo crió un perro que ahuyentara a las aves y así proteger su encomienda, pero las monedas de los viajeros no le bastaban para darle a comer a su perro, así que sacó los frutos del árbol y los vendió, así tuvo para su cachorro y para él.

El perro creció y no bastó con los frutos de un árbol, así que plantó muchos árboles y trabajó la tierra, pero el tiempo cada vez se le hizo más estrecho, por eso contrató hombres para que le trabajasen la tierra y le cuidaran el perro.

Luego, necesitó un granero para la cosecha y para los frutos, así que construyó un gran galpón y de paso una casita, pero como no tenía tiempo para la casa, conoció a una mujer y se casó, para que ella le cuidara la casa y ordenara el trabajo en el campo.

La mujer le dió hijos y como el espacio se hizo pequeño, construyó una casa muy grande.

La mujer ya no tenía tiempo para administrale el trabajo, a penas tenía para cuidar la casa y sus hijos, así que este hombre, que a estas alturas era muy rico e influyente en el pueblo, contrató todo un servicio de mayordomía para el cuidado de la casa y dejó un equipo de gestión administrativa para el campo, la exportación de las frutas, la modernización de los caminos y la tala de los árboles del bosque oscuro, para así ya no tenerle el miedo ancestral que paralizaba a la gente y de paso hacer un suculento negocio con las constructoras por la madera talada.


Al pasar los años, un viejo mendigo tocó la puerta de ese palacio al lado del camino, que ya no era un camino ,sino una basta carretera interestatal.

Los guardias que vigilaban el palacio, dieron aviso al dueño de esa magna obra de arquitectura que un viejo pordiosero tocaba la puerta en busca de su discípulo.

El dueño de esa casa era ahora el gobernador del pueblo y el accionista más importante de la ciudad, casi todo lo que alcanzaban a ver los ojos hacia los cuatro puntos cardinales le pertenecía.

Dejaron entrar al anciano, y al llegar al salón central de la casa, un hombre vestido con seda, ceñido en oro y piedras preciosas, le reconoció. De inmediato se lanzó a los piés del anciano y le dijo:-"Maestro, por fin volviste, eh aquí tu discípulo"-

Este hombre sabio, con una mirada de rechazo y sorpresa le preguntó qué había hecho con su misión. Su discípulo le respondió: "-Aunque usted no lo crea Mestro, todo esto lo hice para cuidar el pergamino-"


A todo esto, hace años que en un viejo árbol olvidado en un rincón del huerto, yacía un triste pergamino, mohoso.


"Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; más el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza" Lucas 9: 57-58

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