En la mente del Señor de las tinieblas vacilaba aún la posibilidad de que sus incontables tropas tuvieran un revés. Pero su orgullo era más grande que su precaución.
Nuestras almenas zozobraban ante la embestida de las tropas sombrías.
Uno de nuestros hombres valientes, "Tzadaq", el justo. Levantó el arco y su saeta silbó sobre las cabezas de los hombres de Abhezian, también conocido como Señor de las tinieblas. Su blanco, el General del ejército de la muerte. "Lobregar" el brujo.
Un chillido retumbó en el valle de la indignación. El general cayó al suelo traspasado su ojo derecho por la flecha bendita de Tzadaq.
Las bestias cetrinas, ávidas de muerte, por un momento retrocedieron, se replegaron al ver su General agonizando en el suelo, traspasado por la Flecha de Tzadaq. Una corazonada apareció en la mente malvada de Abhezian. La remota posibilidad de perder la batalla. Pero en las montañas sagradas el silencio reinaba.
Dura fue la batalla, los carros que traían en sus senos bolas de fuego y aceite hirviendo caían sobre nuestros hombres, matando a 5 de ellos de un solo golpe. Los demás heridos, algunos jóvenes guerreros agonizaron en la soledad, en medio de los charcos mezclados de sangre y lodo.
Levantamos la Empalizada para contener a los jinetes de la muerte, hombres sin nombre, indignos de llevar uno.
Muchos cantos se oyeron después sobre esta gran batalla, "La empalizada de las tres lunas" le llamaron.
Ya éramos solo un puñado, pero no menos valientes. Quedamos solo un diezmo de todo nuestro batallón.
Las sombras avanzaban invencibles, aplastándonos, humillándonos. Solo quedaba enfrentar la muerte con honor y valentía. La victoria era imposible. Por lo menos, para nosotros. Sentíamos que había llegado nuestra hora.
Los tambores tañían, los gritos de guerra y de victoria venían desde las entrañas malvadas de las tropas sombrías.
Pero el cuerno por fin sonó al tercer día.
El cuerno desde las montañas sagradas resonó sobre el valle de la indignación, también conocido como "Atzubat", el Campo de la Tristeza.
Sobre su caballo blanco venía nuestro Rey.
Ceñido de oro y plata, junto al ejército de las montañas sagradas.
Desenvainó a "Berithnia" La espada de los reyes.
Gritó a gran Voz: "Un Nuevo día vendrá" y galopó sobre las tropas de Abhezian. Se dice que el Rey empuño con tal fuerza su espada que se le pegó a su mano, hervía la hoja de Berithnia con la sangre de los señores de las sombras. Nuestra sangre también hervía, al ver en los rostros de este ejército oscuro, las miles y millones de víctimas que habían muerto bajo el régimen del odio y la tiranía.
Mientras el Cuerno sonaba en el valle, avanzábamos en medio de las filas sombrías y gritábamos a una con nuestro Rey: -Un nuevo día vendrá".
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