4 mar 2011

En la ruta del Destino


Refugiados estamos, en los túmulos oscuros, frente a la ruta del destino.
Las hordas enemigas se perfilan desde el sur.
Son incontables, la exterminación comienza su marcha.
Nosotros, en cambio, padres de familia que a fuerza del horror nos hicimos soldados, débiles, cansados, inexpertos, esperando que esta pesadilla se repliegue como las olas que vuelven al mar.
Levantamos nuestras frentes y decidimos atacar.
Aunque vivimos como si ya hubiésemos muerto, peleamos por los que merecen seguir viviendo.
Empuñamos nuestras espadas firmes, gritamos por algo más alto que el honor, el amor.
Ya en el campo, nos percatamos de nuestra innegable desventaja.
Reyes han dado de sus riquezas para alimentar a leviatán, este monstruo con garras de leopardo y boca de dragón. Caímos traspasados por sus garras. La empresa es imposible, pero ya es tarde para retroceder.
Las medidas del odio fueron saciadas esa tarde, la bestia se embriagó en nuestra sangre.
Cientos de nuestros niños llorarán porque quedaron huérfanos.
¿Qué queda luego de que vas perdiendo todo lo sagrado que tienes?
Tu mundo se sacude violentamente, se abre debajo de tus pies la insondable desesperación, palpitan en tus sienes el miedo, la angustia, los deseos de que todo fuese un sueño, pero no, estás sumido en una realidad sísmica.
¿Qué hacemos cuando ingresamos a las fauces de la fiera?
Sólo queda una cosa.
Rogar a las fuerzas del cielo, a las fuerzas que resguardan el mundo que rehúsa envolverse en tinieblas.
Levantamos nuestros corazones azorados, cerramos nuestros ojos en paz, entregados al impenetrable vacío.
Un silbido a lo lejos, un susurro que se oía casi de otro mundo. Luego se hizo más fuerte.
Trompetas sonaron en el valle del destino.
Caravanas de luz invadieron el campo, retroceden por un instante los soldados oscuros, pero la maldad que los motiva no hace concesiones a la derrota.
En ese momento nos damos cuenta que esta lucha no nos pertenece totalmente, son fuerzas más grandes e inmensas que se revuelven sobre nuestras insignificantes historias.
No estamos abandonados.
La luz eterna no nos dejará huérfanos en este instante.
Nos pusimos en pie con nuestro último aliento.
Sólo cuando estamos dispuestos a morir, cuando somos amputados de nuestra dignidad, cuando nos tratan como derrotados y sin esperanza, solo ahí, en ese minuto eterno, nos damos cuenta que la Victoria está de nuestro lado.
Porque cuando desfallecemos y desconfiamos de la fuerza de nuestras espadas, solo ahí podemos percatarnos que no solo somos carne, sino algo más sublime e inescrutable.
Levantaos una vez más, levantaos en nombre de todos los mártires que dieron su vida para que la vida permanezca en esta tierra, levantaos sin temor, levantaos aunque este día seamos comida de gusanos, levantaos aunque temblemos de miedo y angustia, levantaos una vez más, porque no estamos solos, levantaos porque vale la pena morir por aquellos que no saben cómo defenderse.

No hay comentarios: